Metropolitano
Macario
Antes de desarrollar la doctrina
del atributo personal de Dios Espíritu Santo, es decir, de su procedencia del
Padre, hay que hacer algunas observaciones previas.
Primera observación: Esta doctrina constituye el
dogma más importante entre los que distinguen nuestra Iglesia Ortodoxa de la
Iglesia Romana y de algunas comunidades y congregaciones protestantes, quienes
creen y enseñan que el Espíritu Santo procede no solamente del Padre, sino
también del Hijo. Por eso merece de nuestra parte una atención especial.
Segunda observación: Para precisar las ideas en el
desarrollo de esta doctrina, hay que establecer una distinción rigurosa entre
la procesión eterna del Espíritu Santo, que propiamente forma su atributo
personal, y su procesión temporal sobre las criaturas o su misión en el mundo,
la que no se relaciona con la hipóstasis misma del Espíritu santo, sino que
forma una cosa externa, accesoria, y no se atribuye más al Espíritu Santo que
al Hijo (Juan 16:28-29). Que si la Iglesia Ortodoxa afirma que el Espíritu
Santo procede del Padre sólo, contrariamente a la doctrina de los cristianos
occidentales, que pretenden que El proceda igualmente del Hijo, aquélla se
propone hablar solamente de la procesión eterna e hipostática del Espíritu
Santo. En cuanto a su procesión temporal, los ortodoxos mismos creen con los
cristianos occidentales que el Espíritu Santo procede, es decir que tiene su misión en el mundo,
no solamente del Padre, sino también del Hijo, o mejor decir, por el Hijo.
Tercera observación: Para ser enteramente
imparciales en la solución de este problema, que durante siglos viene siendo un
asunto de desacuerdo entre el cristianismo de Oriente y el de Occidente,
trataremos de presentar, tan brevemente como sea posible, no solamente las
pruebas de la doctrina ortodoxa sobre el atributo personal del Espíritu Santo,
sino también las de la doctrina heterodoxa, las pondremos lado a lado y cada
cual tendrá la libertad de ver y de decidir por si mismo, comparándolas, de qué
lado se encuentra la verdad.
¿Hay en la Escritura algún
pasaje claro y directo que compruebe que el Espíritu Santo procede del Padre?
Si, sin duda, y hasta un pasaje tan claro y directo como se puede desear; son
las palabras del Salvador a los Apóstoles “Cuando
viniere el Consolador, el cual yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del
Padre, dará testimonio de Mi” (Juan 15:26). Pero, ¿es bien verdad que esta
expresión, el cual procede del Padre, indica la procesión eterna del Espíritu
Santo, y no su envío temporal en el mundo? Esta es la verdad exacta.
Lo que lo comprueba es
primeramente la intención que se proponía el Salvador al pronunciar las
palabras en cuestión. Todo el discurso de que forman parte (Juan 14:16) tendía
sobre todo a consolar a los discípulos de la cercana partida de su Maestro.
Para eso El les prometió enviarles en su lugar al Espíritu Santo; y este
Espíritu, le nombra primero, otro Consolador, que estaría con ellos para
siempre (Juan 14:16); y después, El Espíritu de verdad, que les enseñaría todas
las cosas, y les recordaría todas las cosas que les había dicho su divino
maestro (Juan 14:26). Añade al fin que este Consolador que habla de venir, este
Espíritu de verdad, no es creado, sino que procede del Padre, es decir que El
tiene la eternidad de Dios y que es, por consiguiente, persona divina (Juan
15:26). El complemento de la Instrucción era muy necesario para el fin que se
proponía el Señor; sin eso la consolación de los Apóstoles habría sido
incompleta; porque después de estas últimas palabras ellos solamente pudieron
tener la convicción de que su futuro Instructor, como persona divina,
efectivamente tomaría el lugar de Aquél que iba a separarse de ellos, a quien
reconocían como el verdadero Hijo del Altísimo, nacido de Dios (Mateo 16:16;
Juan 16:30); tanto más cuanto que su Maestro, que previamente ya les había
hablado más de una vez del Espíritu Santo, jamás había desarrollado para ellos,
sin embargo, la naturaleza misma de ese Espíritu ni su dignidad personal.
La verdad de nuestra tesis
depende igualmente del conjunto y de la Disposición de las palabras citadas. Si
reconocemos que las palabras, “que procede
del Padre,” no expresan la procesión eterna del Espíritu Santo, sino
solamente su envío temporal en el mundo, primero seríamos obligados a admitir
en el discurso del Salvador una extraña tautología; habrá que leerlo así: “Cuando venga el Consolador, que yo os enviaré de mi
Padre, el Espíritu de verdad, que fue enviado por el Padre, él dará testimonio
de mí.” Luego, no se puede explicar por qué el verbo “procede” está
en el tiempo presente cuando se trata de un envío futuro del Espíritu Santo, y
cuando previamente el Salvador ya había anunciado más de una vez este mismo
envío en un tiempo venidero al decir del Padre: “El os dará otro Consolador” (Juan 14:16), o: “Mi Padre lo
enviará en mi nombre” (Ibid., 26); y de si mismo: “Yo os enviaré del Padre” (Ibid., 15:26)
mientras que, si tomamos por incontestable que, en el texto examinado, se trata
de la procesión eterna del Espíritu Santo, no encontraremos ni tautología en
las palabras, ni nada incomprensible en el verbo procede; al contrario, este
verbo debe estar en el tiempo presente, para indicar también tan
aproximadamente como sea posible la eternidad, es decir, la constancia y la
inmutabilidad de la procesión del Espíritu Santo; así como, para declarar su
propia eternidad, nuestro divino Salvador dijo en el presente: “Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan
8:58).
Finalmente, esta verdad es
confirmada por la voz unánime de toda la cristiandad primitiva, que jamás cesó
de ver en las palabras del Salvador, “que
procede del Padre,” la
idea de la procesión eterna del Espíritu Santo. Será suficiente recordar aquí
que estas palabras han sido entendidas precisamente en el mismo sentido, no
solamente por los Doctores más celebres de la Iglesia, Basilio el Grande,
Gregorio el Teólogo, Juan Crisóstomo, etc., sino también por todo un Concilio
Ecuménico (el Segundo), que las insertó en el mismo símbolo de la fe.
¿Hay en la Sagrada Escritura
algún pasaje claro y directo que muestre que el Espíritu Santo proceda
igualmente del Hijo? Ninguno. Es
solamente por medio de razonamientos y de interpretaciones que se ha pretendido
deducir esa doctrina de diferentes pasajes de la Escritura.
Se dice primero que estas
palabras: que procede del Padre, lejos de excluir por si mismas la idea que el
Espíritu Santo proceda igualmente del Hijo, la encierran al contrario, el Padre
y el Hijo siendo uno por esencia, y el Hijo posee todo lo que posee el Padre.
¿Es admisible tal razonamiento? ¡Decididamente que no! El Padre y el Hijo, así
como el Espíritu Santo, son efectivamente uno por esencia, pero ellos difieren
entre si en que son personas; y todo lo que posee el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo lo poseen igualmente, salvo, sin embargo, los atributos
personales, que no les son comunes, de otro modo se cae en el sabelianismo
confundiendo las hipóstasis divinas. Y cuando se dice que el Padre engendra al
Hijo y hace proceder al Espíritu Santo, se habla propiamente del Padre como de
una persona teniendo su atributo personal que le distingue del Hijo y del
Espíritu Santo. Por consiguiente, también, cuando se dice que el Espíritu Santo
procede del Padre, no se puede comprender bajo el nombre del Padre al mismo
tiempo al Hijo, el cual es uno con el Padre por esencia, y no en personalidad
(Gregorio el Teólogo, oración 25).
Además, si se admite que la
expresión “que procede del Padre” supone, lejos de excluir, la idea de que el
Espíritu Santo procede igualmente del Hijo, el Hijo, siendo uno por esencia con
el Padre, se deberá paralelamente admitir que las palabras “engendrado del
Padre” no excluyen, sino que suponen, al contrario, la idea de que el Hijo sea
también engendrado del Espíritu Santo, el Espíritu siendo sólo uno con el
Padre. Y aun más, uno sería
obligado a admitir que el Hijo, engendrado del Padre, es también engendrado de
si mismo, y que el Espíritu Santo, procediendo del Padre, procede también de si
mismo, y eso a causa de la unidad de esencia de ellos con el Padre y de la
coeternidad de todos. En fin, si examinamos atentamente el conjunto mismo del
discurso donde se encuentran las palabras citadas, seremos convencidos de lo
absurdo del razonamiento que nos ocupa. Al consolar a sus discípulos antes de
ascender al cielo, el Salvador les promete enviar en su lugar al Espíritu
Santo, y este envío El lo atribuye o al Padre o a si mismo, diciéndoles: “Y yo os enviaré” (Juan 15:26; compárese
14:26).
Pero, inmediatamente después de
estas palabras, El comienza a hablar de la procesión del Espíritu Santo; es
solamente al Padre que indica, sin hacer alusión alguna a su propia persona.
¿Por qué entonces, preguntaremos con San Marcos de Efeso, nuestro divino
Salvador, después de haber hablado tan directamente de si mismo y de haber
atribuido a si mismo igual que al Padre el envío del Espíritu Santo, no ha
dicho igualmente de la procesión que procede de nosotros? (Acta del Concilio de
Florencia, Sesión xxiii). ¿No es evidente que así El establece una diferencia
entre lo que les es común con relación al Espíritu Santo y lo que pertenece
exclusivamente al Padre? El afirmar, como se ha hecho, que al decir, que
procede del Padre, Cristo, bajo el nombre del Padre, se comprendía a si mismo
también como Hijo, sería una afirmación enteramente arbitraria. En efecto, ¿por
qué, en el mismo discurso, al hablar del envío del Espíritu Santo, en vez de
atenerse al mismo giro de frase, el Señor establece una distinción al decir del
Padre, mi padre enviará, y de si mismo, yo os enviaré?
Algunos insisten en esa última locución
del Salvador, Yo os enviaré... y
han hecho este razonamiento: “Si el Espíritu Santo es enviado por el Hijo, es
porque Aquél procede de Este; de otra manera el Hijo no podría enviar al
Espíritu. Este también es un razonamiento inadmisible. La idea de que, en el
misterio de la santa Trinidad el envío de una persona por otra supone
necesariamente que la segunda proceda de la primera, lejos de tener el menor
fundamento en la sagrada Escritura, es completamente en oposición a ella;
porque la Escritura dice que el mismo Hijo es enviado por el Espíritu Santo, y
no únicamente por el Padre (Isaías 48:16; 61:1; Luke 4:18), mientras que la
generación eterna del Hijo es atribuida exclusivamente al Padre y nada al
Espíritu Santo. Esta idea es igualmente en oposición a los razonamientos
teológicos de los más renombrados Doctores de la Iglesia primitiva, los que
explican este envío de una manera totalmente diferente.
Nos dicen, en efecto, que el Hijo envía al Espíritu Santo, y que El mismo es
enviado por El, propiamente por su unidad de esencia, y por su participación o
su cooperación en los actos entre si (Ambrosio, Del Espíritu Santo, Libro iii,
Cap. 1, n. 8).
Y ésta es la explicación más
natural, porque las tres personas de la Divinidad tienen todo en común salvo
sus atributos personales, y sobre todo, a causa de su unidad de esencia, tienen
identidad de voluntad e indivisibilidad de acción. Así, cuando una de las
personas actúa, las otras dos participan infaliblemente de su acción. El Hijo
de Dios apareció en el mundo para la redención de los hombres: es representado
como enviado por el Padre y el Espíritu Santo; el Espíritu Santo viene para la
santificación del mundo: es representado como teniendo su misión del Padre y
del Hijo; pero la Sagrada Escritura, no atribuyendo al Padre ninguna acción
particular en el mundo, no es extraño que no represente al Padre como enviado
por el Hijo ni por el Espíritu Santo (Ambrosio, Del Espíritu Santo, Libro i,
Cap. 3, n. 40).
En general, conviene recordar
que la misión del Hijo y del Espíritu Santo en el mundo, en cuanto es misión
temporal, se relaciona a la acción externa de Dios, y toda acción externa es
común a la consubstancial e indivisible Trinidad. Por eso algunos antiguos
Doctores de la Iglesia expresan esta idea, que el Hijo, enviado al mundo por el
Padre y por el Espíritu Santo, tiene al mismo tiempo su misión de si mismo,
exactamente como el Espíritu Santo, enviado por el Padre y por el Hijo. Además,
hay una razón particular por la cual el Hijo envía al Espíritu Santo al mundo:
es que en su calidad de Redentor del mundo, el Hijo adquirió por sus méritos,
ante la justicia eterna de Dios, el derecho inapreciable de enviar a los
hombres los dones de la gracia del Espíritu Santo para la regeneración y la
santificación de los pecadores. Es por eso también que la misión del Espíritu
Santo en el mundo depende de la glorificación del señor Jesús, y no comenzó a
verificarse hasta después de la consumación de la gran obra, según estas
palabras “Aún no había venido el Espíritu Santo;
porque Jesús no estaba aún glorificado” (Juan 7:39).
Como evidencia de la doble
procesión del Espíritu Santo, algunos ofrecen las palabras siguientes, que se
encuentran en el mismo discurso del Salvador a sus Apóstoles: “Aún tengo muchas cosas que deciros, mas ahora no las
podéis llevar. Pero cuando viniere aquel Espíritu de verdad, El os guiará a
toda verdad; porque no hablará de si mismo, sino que hablará todo lo que oyere,
y os hará saber las cosas que han de venir. El me glorificará, porque tomará de
lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre, mío es; por eso dije
que tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:12‑15).
Aquí uno se detiene primero ante la expresión, “tomará de lo mío,” y se dice,
“de lo mío,” es decir, “de mi tomará,” lo que quiere
decir, “El procede”; luego ante estas palabras, “todo lo que tiene el Padre, mío es,” y por eso se razona:
“Si todo lo que tiene el Padre lo tiene también el Hijo, y si el Padre tiene,
entre otras cosas, el atributo de hacer proceder al Espíritu Santo, sigue que
el Espíritu Santo procede también del Hijo.” Pero una interpretación y un
razonamiento de esta naturaleza están completamente en oposición al conjunto
del discurso. Con este punto de vista, he aquí lo que es evidentemente el
sentido de las palabras citadas del Salvador: “Hay muchas verdades todavía que
no os he enseñado hasta ahora, porque no estáis todavía en condiciones de
comprenderlas, pero cuando venga el Espíritu de verdad que yo os he prometido,
El llenará esa laguna en mi lugar y os enseñará toda verdad. Lo hará en mi
lugar porque no será una doctrina suya, una doctrina nueva, diferente de la
mía, que os ensañará.” “No hablará de si mismo, mas dirá todo lo que oyere”; al
contrario, El seguirá enseñándonos la misma doctrina que yo; “tomará
de lo mío, y os lo anunciará.” Y así como yo os decía previamente: “Mi doctrina no es mía, sino de Aquél que me envió”
(Juan 7:16; compárese 14:10 y otros), también en el presente, para haceros
comprender mejor lo que os digo, añado que “todo
lo que tiene el Padre, mío es”; es por eso que yo he dicho aun que
el Espíritu Santo, “tomará de lo mío y os lo
anunciará” (Véase la interpretación de este pasaje de San Juan
Crisóstomo, Homilía 78 sobre el Evangelio de Juan).
Por consiguiente, estas palabras,
“tomará de lo mío,” y éstas, “todo lo que tiene el Padre, mío es,” se
relacionan exclusivamente a la doctrina, que el Hijo, habiendo venido al mundo
para cumplir con la voluntad del Padre celestial para la salvación de los
hombres, había recibido del Padre, y que el Espíritu Santo, como sucesor del
Hijo en la tierra en la misma obra de salvación, debía de recibir del Hijo. Y
esa expresión, “tomará de lo mío y os lo
anunciará,” no debe comprenderse en la forma que sigue: “El Espíritu
Santo tomará de mí lo que El no conocía y no tenía antes;” porque el Espíritu,
como Dios, lo sabe y lo posee todo desde la eternidad; hay que comprenderla
asi: “El seguirá después de mi enseñándoos
mi doctrina,” y no otra; “El os recordará todas las cosas que os he dicho”
(Juan 14:26), “y El acabará de deciros en mi
lugar lo que yo tengo todavía que deciros, pero que no podéis comprender
ahora.” Y ¿por qué? “Porque El y yo somos sólo uno por esencia;
porque los dos tenemos la misma sabiduría, la misma ciencia, la misma acción indivisible.”
Así explican este pasaje los antiguos Doctores de la Iglesia (Ambrosio, Del
Espíritu Santo, Libro ii, Cap. 12; y Juan Crisóstomo, op. cit).
Si algunos de ellos encuentran
en las palabras “tomará de lo mío” la idea de la procesión eterna del Espíritu
Santo, la comprenden de una manera totalmente diferente de la manera de que la
entienden los cristianos de occidente hoy día. Se expresa así San Atanasio:
“Cristo dijo: Tomará de lo mío, es decir lo de mi Padre, porque añade: Todo lo que
tiene el Padre, mío es; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber
(Contra Macedonio).
Entremos entonces en algunos
detalles sobre este asunto. Si la expresión, tomará de lo mío, significa: “Es
de mi que El tiene eternidad de existencia, de mi de que procede,”
preguntaremos, ¿por qué el verbo tomará está en el futuro así como el que lo
precede inmediatamente, glorificará, y el que viene después, anunciará? ¿Será
porque en el momento en que el Hijo hablaba a sus Apóstoles el Espíritu Santo todavía
no había procedido de El, sino que debía proceder de El solamente después de su
ascensión al cielo? El pretender que el verbo tomará exprese un pasado o un
presente, sería igual a pretender que los otros dos, glorificará y anunciará
que están íntimamente ligados con tomará, expresen igualmente el pasado o el
presente; pero eso sería trastornar totalmente el sentido del discurso.
Si uno quisiera alegar, también
sin fundamento, que solamente el verbo tomará
designe el presente y los otros dos el futuro, eso sería todavía otra nueva
alteración del sentido del discurso. sería necesario comprender así las
palabras del Salvador: “El Espíritu Santo me
glorificará porque procede de mí y El os anunciará.” Y ¿qué os anunciará El?... Uno es llevado a
algunas inconsecuencias todavía mas graves cuando, como hacen los heterodoxos,
tomando sin restricción alguna las palabras del Salvador: “todo lo que tiene el Padre, mío es,” se
razona así: “Pero el Padre posee el atributo de hacer proceder al Espíritu
Santo; el Hijo lo posee entonces igualmente... ” Al contrario, como el Hijo mismo dijo al Padre: “Todas mis cosas son tus cosas” (Juan
17:10), y que el atributo del Hijo es el de ser engendrado por el Padre, sería
necesario concluir de eso que el Padre tiene el mismo atributo. Al Hijo le
pertenece la encarnación; pues, ¡pertenece igualmente al Padre! Hay sólo un
medio de descartar todas estas inconsecuencias: es el de tomar en un sentido
restringido estas palabras del Salvador: Todo lo que tiene el Padre, mío es. El
Hijo tiene en realidad todo lo que tiene el Padre, del punto de vista de la
esencia, la divinidad, por ejemplo; así como el Padre tiene todo lo que
pertenece al Hijo, salvo, sin
embargo, los atributos personales. Así fue comprendida esta expresión por los
Doctores más célebres de la Iglesia primitiva. Según ellos, designaba
propiamente la unidad de esencia del Padre y del Hijo, sus atributos
esenciales, y en general todo lo que tienen de común (Atanasio, Epistolar a
Serapíon, ii, 5), pero de ningún modo sus atributos particulares (San Gregorio
el Teólogo, Sermón 34; San Juan Damasceno, Exposición de la fe ortodoxa, iii,
cap. 7).
Y es por esa razón que ellos
tenían la idea de que todo lo que tiene el Padre pertenece no solamente al
Hijo, sino también al Espíritu Santo. (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre
Juan, 68). Es de notarse que a los ojos de
los heterodoxos estas pruebas de la doctrina occidental sobre el atributo
personal del Espíritu Santo, y sobre todo, la última, son las principales. Las
otras las tienen por más débiles, y, por esa misma razón son menos dignas de
nuestra atención.
Así hay quien pretende deducir
la doctrina de la procesión eterna del Espíritu Santo de estas palabras del
Apóstol San Pablo a los Gálatas: “Y por cuanto
sois hijos, Dios envió el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones, el cual
clama: 'Abba, Padre'” (4:6) Y se razona: “El Espíritu Santo es llamado el Espíritu del
Padre (Mateo 10:20), sin duda porque procede de El; es pues por la misma razón
que El es llamado también el Espíritu del Hijo.”
Pero, primero, no es
rigurosamente necesario que lo que se atribuye a las diferentes personas les
sea atribuido precisamente por la misma razón. El Espíritu es llamado Espíritu
del Padre, o porque es consubstancial con El y es inseparable de El, o tal vez
porque procede de El: porque la Escritura lo dice claramente (Juan 15:26); pero
el llamado Espíritu del Hijo únicamente porque, siendo consubstancial con El y
siempre inseparable de El, permanece constantemente con El, y la palabra de Dios
no nos autoriza a creer que sea designado como procediendo también del Hijo.
Los antiguos Doctores todos consideraban al Espíritu Santo como llamado
Espíritu del Padre y Espíritu del Hijo exactamente a causa de su
consubstancialidad con los dos (San Juan Crisóstomo, Homilía en el
Pentecostés), y a consecuencia, aunque decían muchas veces que no era extraño
al Hijo, que era propio del Hijo, Espíritu del Hijo, negaban al mismo tiempo su
procedencia del Hijo (San Juan Damasceno, Exposición de la fe ortodoxa, Lib. 1,
7).
Hay que añadir que, en las
palabras citadas del Apóstol, no se trata de la hipóstasis del Espíritu Santo,
sino de dones de la gracia que El esparce en los corazones de los fieles, de
aquel espíritu de adopción y de caridad, de aquel Espíritu de libertad y de
seguridad ante Dios, del cual se llenan todos los que nacen de El, de aquel
espíritu del que decía el Apóstol: “Porque
no habéis recibido el espíritu de servidumbre para estar otra vez en temor; mas
habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos, Abba, Padre”
(Romanos 8:15). En este sentido, es muy natural llamar al Espíritu del Hijo,
porque todos los dones espirituales son adqueridos para nosotros por los
méritos infinitos del Hijo, y es por El que son esparcidos en nuestros
corazones. (San Basilio, Contra Eunomio, Lib. liv, 5).
Nuestros adversarios quieren ver
la procesión eterna del Espíritu Santo también en estas palabras de la Epístola
a los Romanos: “Mas vosotros no estáis en la
carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y
si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de El” (8:9)
Pero el Espíritu Santo es llamado Espíritu de Cristo, y por la razón que le
hace llamar Espíritu del Hijo, es decir, porque es consubstancial con El (Ambrosio,
Comentario sobre la Epístola a los Efesios, cap. 3), y porque es el mismo
Espíritu que reposa constantemente sobre Cristo y le anima como nuestro
Redentor Isaías 11:2, 3), y porque es dado a nosotros a causa de los méritos de
Cristo. Además, al examinar el contexto de estas palabras del Apóstol, se puede
entenderlas así: “Vosotros no vivís ya de
una vida carnal y pecaminosa, sino de una vida espiritual y santa; porque el
Espíritu de Dios permanece en vosotros. En cuanto a aquél que no vive espiritualmente,
que no tiene en si el Espíritu de Cristo, es decir que no guarda en si los
pensamientos y los sentimientos que llenaban a Cristo, a aquel hombre no lo
cuento por cristiano.” En efecto, la expresión, el Espíritu de
Cristo, es reemplazada en el primer versículo del mismo capítulo por la sola
palabra espíritu, en oposición a la palabra carne; mientras que la expresión
tener el Espíritu de Cristo hace contraste con éstas: estar en Cristo (8:1).
Cristo está en nosotros (8:10). No puede haber entonces en esto alusión alguna
a la procesión eterna del Espíritu Santo del Hijo.
Nos ofrecen finalmente la
narración del Evangelio sobre nuestro Salvador: “Y como hubo dicho esto, sopló y díjoles: Tomad el Espíritu Santo”
(Juan 20:22). Pero si se quiere concluir
del hecho de que el Salvador comunicó el Espíritu Santo a sus Apóstoles por
soplar sobre ellos, que el Espíritu procede también del Hijo desde toda la
eternidad, entonces debería admitir necesariamente que el Espíritu Santo
proceda también de los Apóstoles, porque ellos también comunicaron el Espíritu
Santo a los fieles imponiéndoles las manos (Hebreos 8:17); y el afirmar que el
soplo del Salvador indica la procedencia eterna del Espíritu no sencillamente
un don de aquel Espíritu, sería aún más absurdo; porque por estas palabras de
Moisés que Dios esparció sobre el rostro de Adán un soplo de vida, habría que
concluir igualmente que nuestra alma también procede de Dios desde toda la
eternidad. Los Padres de la Iglesia insistieron muchas veces en esta expresión
del Evangelio y la explicaron de diversas maneras, diciendo que, al soplar
sobre los Apóstoles, el Salvador los preparaba solamente para recibir en si al
Espíritu Santo, o les daba el poder de ligar y de desatar, o finalmente les comunicaba, aunque en grado
menor, la misma gracia y la misma potencia del Espíritu Santo, de las que
fueron recompensados más tarde, en el día de Pentecostés. Pero ninguno de ellos
encontraron en el texto citado la idea de la procedencia eterna del Espíritu
Santo (Crisóstomo, Sobre Juan, Homilía 86).
¿Qué conclusión general puede
uno sacar de lo que hemos dicho hasta ahora? Con toda justicia, he aquí la
conclusión: La Sagrada Escritura enseña muy clara y hasta literalmente que el
Espíritu Santo procede del Padre, pero no enseña ni literalmente ni aún en
espíritu, que El proceda igualmente del Hijo. Esta última doctrina es entonces
completamente extraña a toda la Escritura, porque no puede deducirse de ella ni
por razonamientos, a pesar de que sus defensores han hecho muchos esfuerzos por
hacerlo.
Missionary Leaflet # S43b
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Editor: Bishop Alexander (Mileant)
(procedencia_espiritu.doc, 06-17-99)